Este pensamiento lo escribí en algún momento del 2015, y aquí trato de describir lo que pasaba por mi mente al ver el amanecer desde la azotea de un edificio que estábamos interviniendo como parte de una obra geotécnica.
Amanece en la ciudad de Villahermosa, mientras un ligero aire húmedo y frío sopla a nuestro alrededor. Este tipo de situación, resalta los placeres pequeñitos de estar en obra; de repente los detalles son más intensos.
«¿No te gusta la sensación que provoca el aire fresco que entra por debajo de tu casco y por entre las aberturas del chaleco?»

Esta obra no está a cargo de nosotros. Nuestra única tarea aquí es instalar una serie de inclinómetros de pared para poder monitorear el edificio que hace tiempo lleva hundiéndose (asentamientos diferenciales).
«Oh, sí. Ese es el tipo de problemas que te toca atender cuando te dedicas a la geotecnia.»
Anyway.
Subimos hasta el sexto piso de uno de los edificios corporativos más importantes de la ciudad y a pesar de que no es la primera vez que estamos arriba, sí que es la primera en la que la vida me regala un amanecer azul.

Al fondo a la derecha, se alcanza a ver el tanque elevado con su particular forma de hongo. Lo que me encanta de esa estructura característica de mi ciudad, es que está decorada con arte local –mataron dos pájaros de un tiro, pintándola como parte de su mantenimiento y crear un atractivo visual en una ciudad cuya mancha urbana crece cada día más–.

«¿Cómo será por dentro? Recuerdo que una vez, un profesor nos mostró los planos de su cimentación.»

Del lado contrario, se asoman temerosas las dos torres de la catedral. Me encanta verlas en la noche cuando las iluminan durante días festivos, normalmente en diciembre o en algún evento católico de relevancia.

Y no soy para nada religioso, no crecí con una religión en específico. Aunque tengo una abuela evangelista y otra católica, mis padres nos criaron con la idea de que existe algo mucho más grande que nosotros y aún, a mis 24 años, no me ha surgido la necesidad de perseguir alguna ideología.
Dato curioso: a veces siento una ligera inconsistencia en lo más profundo de mi ser cuando pronuncio o escribo “que Dios te bendiga”, “Dios dirá”, “Sabrá Dios”… Obviamente son frases coloquiales, no estoy diciendo que sea exclusiva para usos religiosos.
En fin. Siempre sentiré raro al decir “que Dios te bendiga”.
Punto.
No soy estricto, no estoy peleado con la religión.

Me gustan las iglesias, de hecho.
«¡Que bello amanecer azul!»
De repente, creo en el amor; creo en que tenemos un propósito en esta vida. Confío que algo más grande que nosotros ha creado estas magníficas vistas que exprimen y sacan de mi corazón sentimientos antagónicos como la tristeza y la felicidad. Estos amaneceres azules hacen sentirme acompañado y solo a la vez, pero siempre me recuerdan que somos parte de un sistema en constante movimiento.

Pedí que me tomaran esta foto, precisamente en la azotea de ese edificio, hace muchos años.

También observo detenidamente las antenas de telecomunicación, esbeltas pero ligeras.
Es una maravilla el hecho de que el ser humano se haya percatado de las propiedades mecánicas del acero y, sobre todo, que las estudie y las use a su favor.
Predominan en el paisaje, pequeñas estructuras: casas, fraccionamientos y plazas, los edificios se concentran en la zona más “nice” y costosa de la ciudad.
Pura ingeniería…
-¡Jhonnathan, hay que traer el desarmador para conectar la central!
-¡Voy!
Y a ti, ¿qué te hacen pensar los amaneceres azules?