Anécdotas

LA NOCHE QUE MOVIMOS UN PUENTE

Era noviembre del 2017, y aunque los fuertes vientos característicos de la zona no paraban, la tarde comenzó a caer con cierta calma.

Los dos meses de trabajo que ya llevábamos en aquel lugar, habían sido solo preparativos para el gran momento: devolver el puente a su posición original.

Recuerdo la presión que teníamos todos desde la mañana, se tenía que hacer sí o sí esa noche.

Habíamos pasado bastante tiempo planeando la estrategia del movimiento, dejándolo dibujado en hojas de papel para poder explicar el proceder paso a paso.

Durante la semana se revisaron las condiciones de los malacates, los estrobos, las mangueras de los gatos hidráulicos, el mantemiento de los generadores eléctricos y los datos de control del izaje gradual del puente sobre la estructura de apoyo provisional tomados desde septiembre.

Cuando todo estuvo preparado, el superintendente me encargó posicionarme en la parte superior del puente (tablero) y supervisar las actividades de la cuadrilla secundaria mientras él supervisaba a la cuadrilla principal desde abajo del puente.

La cuadrilla de control

La cuadrilla secundaria, conformada por ayudantes generales, sería la encargada de ir cerrando los malacates conforme el puente se fuera moviendo, para impedir que la estructura se desplazara en caso de haber otro sismo durante la operación.

Así que mis muchachos sujetaron el extremo del puente que estaba más desplazado (lado poniente) con dos malacates y estrobos, como si estuviéramos amarrándolo, y se verificó que estuvieran bien tensas las líneas de cable.

La cuadrilla principal

Esta cuadrilla la armó el maestro de obra “Bonilla” —su apodo era su apellido— y estaba conformada por sus oficiales más experimentados y uno que otro ayudante general de su aprobación.

Bonilla era de los maestros de obra de mayor antigüedad de la empresa.

En su haber, ya había recuperado estructuras similares y realizado montajes de puentes para obras importantes de México y otros países.

Y aunque su carácter conflictivo no le ayudaba mucho con la relación con los demás del equipo —ni conmigo—, sin duda alguna, contaba con una genialidad práctica para ejecutar misiones complicadas.

No puedo explicar cómo, pero en conjunto con el soldador, armó un sistema de empuje con placas de acero que ancló a la estribo del puente y que sirvió de apoyo para el gato hidráulico en una de las vigas del puente.

Básicamente construyó un punto de apoyo para el equipo hidráulico que empujaría el puente, sin nada más que su experiencia y creatividad.

En cuanto colocaron el gato y se aseguraron de que todos estuvieran preparados, el maestro de obra dió una señal por la radio y el superintendente dió la instrucción de comenzar la maniobra.

Yo presencié todo el movimiento desde la parte de arriba del puente.

Una maniobra lento que se resumió en empujar y tensar; cuadrilla 1 y 2, trabajando de forma coordinada durante unas 6 horas aproximadamente.

Frecuentemente medíamos la separación de la junta de dilatación del puente, que al inicio andaba entre los 60-70 cm y conforme empujaban el puente, fue disminuyendo.

De vez en cuando sentíamos cómo se desatoraba bruscamente la estructura después de un largo tiempo de no detectar movimiento.

Incluso, si prestabas suficiente atención y el viento te lo permitía, era posible escuchar el crujir de la estructura metálica reaccionando al movimiento que estábamos provocando.

Y así, poco a poco la separación del puente, fue cerrándose hasta llegar a escasos centímetros.

Cuando finalizó la operación, sonó la felicitación del superintendente por la radio y después de tomar evidencias para los reportes y la estimación de los trabajos, nos juntamos todos y aplaudimos por haber cumplido la misión con éxito.

¿Cómo mueves un puente de 600 toneladas con un par de gatos hidráulicos, 30 personas y un juego de cables de acero tipo cascabel?

Con coordinación y mucho ingenio.

Quizá jamás logre hacerle justicia a esta experiencia al intentar plasmarla en blanco y negro, pero prefiero intentarlo, por amor al arte y al recuerdo.

Ojalá haya más noches así en mi carrera como ingeniero civil, porque si no fuera por estos eventos, no valdría la pena todo lo que sucede en el día a día.

Aquella noche mi jefe (y amigo) mandó comprar tlayudas para todos, y recuerdo con mucho cariño el estar compartiendo la cena con todos, con aquella llovízna que cayó de repente a las 2:00 a.m..


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