Anécdotas

EL PREMIO


Mayo 2016

Escribo este texto en las notas de mi celular mientras sostengo mi helado de Dairy Queen. Esta ocasión me compré el grande con cubierta de chocolate; hoy decidí consentirme.

En mi familia aplicamos la de “consentirnos” en días especiales; sin embargo, hoy no es un día especial.

  • Hoy no comprendí la teoría de capacidad de carga de Terzaghi que me explicó Alex en la mañana (perdón por hacerte creer que sí Alex jaja).
  • Hoy no obtuve lecturas fiables de los inclinómetros instalados en aquellos edificios que se hundieron e inclinaron hacia atrás.
  • Hoy no se me ocurrió un súper tema del cual hablar en un video para mi canal de YouTube (ya saben que subo videos en la oficina y se comienzan a burlar de mí).
  • Hoy tampoco recibí respuesta a las decenas de correos en búsqueda de un nuevo trabajo.

No. No pasó ninguna de esas cosas.

Hoy estoy consintiéndome porque es quincena y acabo de cobrar dos mil quinientos pesos.

6:30 p.m.

Bajo de la combi.

Entro al cajero.

¡Bip, bip, bip…bip!

Salen los billetes.

«Míos, míos al fin.»

Al fin tengo en mis manos la quincena recién cobrada; tesoro de godín.

La repartición

  • $500.00 podré usarlos libremente, útiles también para transportarme a la oficina de lunes a viernes.
  • $2,000.00 como abono para pagar mi especialidad en estructuras —la que estudio sábados y domingos—.

El helado se ha convertido en un premio para mí, mientras que estudiar un lujo, porque pocos jóvenes de mi edad gozan de él, así que nada de quejarse…

No puedo quejarme porque:

  • Mis clases de patología de las construcciones con el ingeniero Antolín de ICA —aquí la entrevista— son un lujo que pocos pueden pagar.
  • Mis clases de estructuras metálicas con el ingeniero Cobo de PEMEX, son un lujo que pocos pueden pagar.
  • Mis clases de diseño de estructuras de concreto con el maestro Alberto, que estudia su doctorado en la UNAM, son un lujo que pocos pueden pagar.

Para sentirme mejor, me mentalizo con la idea de que hago un trueque quincenal: Cambio mi trabajo por dinero, mismo que utilizo para pagar la oportunidad de compartir un aula con profesores expertos que transmiten su experiencia profesional a través de sus clases; estoy invirtiendo en mi futuro.

Y esa es la razón por la cual disfruto hasta la última gota de mi helado porque, internamente, sufro cada quince días al tener dinero en mi cuenta bancaria y no poder disfrutarlo como todos mis compañeros.

  • Mi helado es un premio, porque por ahora no puedo comprarme ropa nueva.
  • Mi helado es un premio, porque por ahora no puedo salir de fiesta.
  • Mi helado es un premio, porque por ahora no puedo hacer tantas cosas.

Trato de mentalizarme que, por ahora mi premio es un helado —que disfruto mucho por 10 minutos—, que después será sustituido por un premio mayor (uno que nunca se derretirá): mi título de ingeniero.

Y aunque mis ingresos no duren mucho tiempo en mi cartera, el dinero hace lo que le dicta su naturaleza: fluir —y a mi favor—.

Salgo de la plaza y decido caminar hacia mi hogar; no tengo prisa, hoy quiero tomar el camino largo.

Voy a paso lento sobre la acera, entre las callejuelas de mi barrio. Comienza a aburrirme el trayecto pero, con un poco de imaginación, me transporto inmediatamente a la Villahermosa del pasado; cuando estudiaba la preparatoria.


De pronto… soy de nuevo el Jhonny de 18 años, quejumbroso e inseguro de sí mismo. Soy aquel “estudihambre” que trafica dulces y los vende al triple de su precio, hace tareas y pasa las respuestas de los exámenes para poder ir al cine con sus amigos el viernes o para desayunar algo que no sean esos tacos baratos de la calle enfrente de la escuela.

«Será que cuando comience a trabajar las cosas serán mejor? Ya me aburrí de vivir así de limitado por la carencia de dinero.»

-Oye, Jhonnathan ¿Cuánto me cobras por el examen de física?

-$100, pero te tienes que sentar a un lado o atrás de mí. Un dedo significa A, dos es B, tres es C…

-¿Y por el de cálculo…?


Tropiezo con la tapa de un registro que estaba levantada y pierdo la concentración. Vuelvo a la realidad, me faltan tres cuadras para llegar a casa.

Sigo comiendo mi helado con ligero sabor vainilla. Ya casi no queda cubierta de chocolate, solo la pequeña parte que cubre la orilla del cono.

Ni el calor podrá arruinar este fabuloso momento entre mi helado y yo. 

«¡Ah, el cono! Y dentro de él hay más helado… No puedo esperar para quitar la etiqueta que lo envuelve para poder desaparecerlo por completo.»

Entre el premio y yo.

Hoy puedo consentirme con estos pequeños placeres. Mañana, puede ser un viaje. Pasado mañana, no lo sé.

«Solo espero que el premio mayor se encuentre en un futuro cercano.»


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