Escena 1 [Gym de la universidad, 2010]
Entran dos jóvenes de aproximadamente 25 años al baño. Ambos dejan sus maletas deportivas en el banco central, frente al espejo, y comienzan a desvestirse. Jhonnathan de 17 años escucha su conversación mientras se acomoda bien los tenis y cierra su locker.
-¿Y cómo te va en la chamba we?
-No we ya tiene que no trabajo, we.
-¿En serio? No sabía we.
-Si we, se venció el contrato y como no tenía nada que hacer en la casa, decidí meterme a la uni de nuevo para terminar la carrera.
-Yo pensé que aún seguías en plataforma. Ya no sabía nada de ti.
-Si we, pero me iba bien. Es una friega porque había veces que no salías en un mes. Pero ahí te daban comida y así. Aparte hay gym y tienes donde dormir.
-Pero me imagino que te pagaban bien ¿no?
-Si we pero no mames, estaba peligroso también…
Escena 2 [Tienda de autoservicio, 2010]
Es casi media noche y Jhonnathan se encuentra formado a las afueras de una tienda de autoservicio a mitad de la carretera; es noche buena.
-Fíjate Jhonito que A trabajó mucho tiempo en plataforma, su papá es pensionado de Pemex y ya ves que con eso vive tranquilo y sin preocupaciones.
-Y ¿qué hace alguien que trabaja en Pemex? Los papás de muchos de mis amigos trabajan ahí y les va bien, pero no sé qué tanto hagan ahí.
-Pues depende donde trabajes, donde ganan más es en las plataformas que están en altamar. Ganan muchísimo y allá los mantienen. Es peligroso pero vale la pena. Está padre porque trabajan 14 días y los otros 14 descansan. Aparte te pagan horas extras.
-No sé, yo quiero construir cosas, no extraer petróleo en medio del mar.
-Pero piénsalo bien Jhonito, muchos trabajan ahí por contrato y aprovechan para ahorrar. Ya con eso abren sus negocios o hacen lo que quieren, pero ya con algo seguro.
-Pues sí, así podría construirle una casa a mi mamá y ya después puedo hacer lo que quiera.
-Sí hijito, ya verás que les irá mejor a tus papis y a tus hermanitos, mi amor.
Escena 3 [Domingo familiar, 2013]
-Sí, ¿y ya supieron que el hijo de Lucero trabaja para Pemex? Tanta suerte tuvo el bendito chamaco que, además de ser muy inteligente, sus papás lo ayudaron a entrar al menos con una compañía por contratos. Ya con el tiempo irá subiendo, el chiste es entrar.
-Oye y ¿cuánto le falta a Jhonito para terminar?
-Voy a la mitad de la carrera mami, pero solo trabajaría ahí por el dinero, no porque me muera de la emoción por estar en medio del mar.
-Sí, pero con unos 5 años que trabajes en Pemex y ahorres tu dinero ya podrás haces tú constructora así como tú la quieras.
-El papá de A tiene un conocido que trabaja en el área de Recursos Humanos en Cd. del Carmen. Él puede apoyarte a conseguir un contrato.
-¿No que es difícil subir a plataforma?
-Sí, pero para conseguir una planta, que es como para ya trabajar indefinidamente, de hecho a muchos les cobran por debajo del agua para apartar su lugar.
-No quiero obtener mi trabajo así mami. No me sentiría orgulloso de pagar para obtener un trabajo, además uno que no me gusta.
-Ay hijito, pero si todos le hacen así. Estaría bien que habláramos con el papá de A para ver si hay oportunidad de que vayas estas vacaciones a trabajar y vayas creando antigüedad.
-Pero…
-Oigan, el pescado está bueno ¿no? ¿Cómo le haces para que no quede salado como el que venden en los restaurantes?
-Hablando de pescado, hay un lugar en Tamulté donde venden pescado barato…
Ahora bien. Tras haber visitado esos pequeños bucles de tiempo podrás darte cuenta de que el sueño de mi abuelita era que yo terminara trabajando en Pemex y mi única motivación para obtener un empleo en Pemex era el dinero.
Yo no dejaba de pensar:
«¿Y cómo llegan las personas hasta allá?»
«¿Cuánto ganan?»
«¿Por qué les pagan tanto?»
«¿Por qué todo en Villahermosa gira alrededor de Pemex?»
«¿Por qué mi familia está tan desesperada por que yo entre a trabajar a un lugar así?»
«¿Qué saben ellos que yo no?»

Es importante que sepas que yo no no era, no soy, ni seré un experto en el tema del petróleo, ni mucho menos tenía/tengo/tendré el más mínimo interés por ser plataformero. Pero en algún momento de mi vida hice el esfuerzo para poder entrar a Pemex. Y de eso trata la anécdota que relato a continuación.
Noviembre 2013
Estaba por terminar el quinto semestre de la carrera cuando A (un amigo de la familia que ya había trabajado antes en plataforma durante muchos años) comentó que su papá tenía un amigo dentro de recursos humanos que podía ayudar a 3 personas a entrar a trabajar a Pemex.
Esta propuesta no sólo era una oportunidad para mejorar mi calidad de vida y la de mi familia, sino que también una mina de oro para un joven de 20 años.
En promedio, mi sueldo alcanzaría entre 20 y 30 mil pesos a la catorcena, trabajando 14 días y bajando a tierra otros 14.
Como te decía: una mina de oro.
Era mucho dinero a cambio de solamente estar en medio del mar, durante 14 días, haciendo quién sabe qué.
Aclaro, ese era mi pensamiento en aquel entonces porque, ¿qué iba a saber de petróleo un chamaco de mi edad? Tan solo iba a recibir órdenes y aprender desde lo más básico. No tenía problema si me ponían a barrer o a ordenar papeles, eso quedaba en segundo término.
Recuerdo que esa persona de R.H. nos cobraba 5 mil pesos para “amarrar el trato”, como una especie de enganche para así comenzar a trabajar, además pedía 120 mil pesos para asegurar un trabajo de planta que tendría que liquidar mensualmente durante unos años. ¡Hasta a mensualidades iba a pagar mi deuda! ¡Qué persona tan más considerada! ¡Qué afortunado me sentí!
No solo iba a entrar a Pemex por 5 mil pesos, sino que si pagaba 120 mil pesos a mensualidades tendría asegurado mi futuro.
Sé lo que deberás estar pensando… pero ponte en mi lugar y analicemos los hechos.
- Ese sujeto era amigo del papá de A desde hace muchos años. Eso lo convertía en una persona confiable.
- A ya había trabajado en plataforma. Es confiable, metería las manos al fuego por él incluso al día de hoy.
- Eran vacaciones y tenía mucha necesidad de ganar algo de plata. No tenía nada que perder.
- Yo no puse ni un centavo. Mi abuela pagó “el amarre” y mis papás los costos de transporte.
Así que lo intenté. Saqué los papeles que me pedían, arreglé mi maleta y me lancé en búsqueda de una nueva vida.
Y así pasaban los días y las semanas, esperando a que el sujeto nos diera alguna noticia.
A era el contacto directo con el señor, así que él mandaba los mensajes preguntando para solo recibir la misma respuesta varias veces: “Este fin de semana se hace, yo paso por ustedes a las 7:00 a.m.”.
Ese mes nos canceló en cinco ocasiones.
Diciembre 2013
-Hijo ya me mandó mensaje, dice que nos ve en la terminal de autobuses de Cd. del Carmen con todas nuestras cosas.
-¡Genial! Ya me empezaba a aburrir.
Ese día salimos los tres de Villahermosa con dirección a Cd. del Carmen, A, su hermano y yo.
A no había estudiado una carrera. Su hermano era estudiante de ingeniería industrial. Yo era estudiante de ingeniería civil.
Recuerdo que no pude dormir durante el trayecto, me sudaban las manos.
«¿Y si me preguntan algo y no respondo bien?»
Había estudiado más o menos unos libros viejos de A, de los cuales solo había aprendido que si sentía un olor a “huevo podrido” significaba peligro. Pero nada más.
Después de tres horas de camino llegamos a la terminal y nos sentamos para esperar la llegada de este señor. Ni si quiera habíamos desayunado, pero tampoco queríamos hacerlo porque podía llegar en cualquier momento por nosotros.
El plan era sencillo, se suponía que el ingeniero pasaría por nosotros, nos iba a llevar a las oficinas, haría el papeleo y nos indicaría cuál era el siguiente paso.
Esperamos hasta medio día y tras unas 20 llamadas a su celular por fin contestó.
“No se va a hacer hoy, hasta el otro fin”.
Sentí una rabia inmensa, pero al ver los rostros tranquilos de A y su hermano decidí aguantarme.
Compramos nuestro boleto y regresamos a casa.
Enero 2014
Pasaron varias semanas antes de que el señor misterioso volviera a mandar mensaje.
Al parecer ya se había abierto la oportunidad de entrar a plataforma y nos requerían en unas oficinas directamente, ya listos para subir. Se escuchaba algo más serio.
Repetimos el proceso. Fuimos hasta la terminal y tomamos un taxi hasta aquellas oficinas. Era un lugar enorme, rodeado por una barda tubular, había muy pocos accesos y en las calles aledañas muchos negocios.
A fue el único que entró y nos quedamos esperándolo cerca de un puesto donde vendían tacos de camarón —muy buenos por cierto—.
Nosotros habíamos llegado a eso de las 8 a.m. y A salió de ese lugar después del medio día diciendo:
“Lo esperé lo suficiente y nunca apareció, vámonos”.
Y de nuevo, no tuvimos más remedio que regresar a Villahermosa, cabizbajos, con la cola entre las patas y enojados.
En el camino de regreso pensé que ya había perdido dos meses de mi vida, con la esperanza de conseguir un trabajo que en el fondo no deseaba, pero que me iba a abrir las puertas a una estabilidad económica.
Odiaba esta sitación en la que me había metido. Ni siquiera estaba disfrutando las vacaciones.
Un par de semanas después, entró A a casa de mi abuela con el celular en mano.
-Hijo, acaba de hablar conmigo el ingeniero y me dijo que lo sentía pero que no había podido atendernos por otras cuestiones del trabajo, pero que ya este lunes nos ve. Yo le dije que no nos había parecido que nos dejara plantados y que ahí muere. Pero como veas tú hijo, a fin de cuentas es tu tiempo y tu dinero.
-Mira, ya van dos veces que nos deja como idiotas esperándolo y nunca ha dado la cara. Sin mencionar las veces que dijo que iba a pasar por nosotros y nunca lo hizo. No confío en él.
-Ya habló con mi papá y dice que él personalmente irá por nosotros a la terminal y todo. Pero piénsalo, todavía es viernes.
¿Qué crees que pasó?
«La tercera es la vencida.»
Así como en las ocasiones anteriores, llegamos a la terminal y esperamos más de cuatro horas; tampoco contestaba su celular. Estábamos a punto de rendirnos cuando sonó el teléfono de A, era él.
-Sí, aquí estamos. Ok ahorita lo hablamos. Te vemos afuera.
Media hora después estábamos los tres individuos, deseosos de saber las buenas nuevas, sentados en la parte de atrás de un coche cuyo modelo no recuerdo; era un coche pequeño.
Conducía el “ingeniero” regordete que aparentaba una edad que oscilaba entre los 40 y 50 años. No más, no menos.
Sería mentira si te dijera que me acuerdo de la ropa que traía o el tono de su voz, incluso si te digo su nombre. Pero lo que nunca se me olvidará será la horrible sensación de repulsión en mi pecho al verlo directamente a los ojos y estrechar su mano sudorosa y áspera.
No me generaba confianza.
No me daban risa sus chistes.
La música que traía en el coche me repugnaba.
Su apariencia no era para nada profesional.
¿Estábamos ante un “ingeniero” importante de Pemex o un comerciante del mercado local?
Y bueno, para no hacerte la historia más larga de lo que debería ser, terminaré contándote lo que es obvio.
“Don chingón” de recursos humanos nos dijo que en ese momento se le hacía imposible meter nuestros papeles porque aún no era tiempo para subir a plataforma, pero que de todos le dejáramos nuestros documentos y el dinero para que en cuanto saliera la oportunidad él personalmente viniera a buscarnos.
“Espérense unos cuantos meses, se va a dar el chance”.
Así que al final, lo que pensábamos que era un viaje hacia las plataformas, se terminó convirtiendo en un viaje de retorno a casa, apretujados en el interior de un carro horrible, apestoso y sucio, con una persona detestable.
Sinceramente, no sé cómo fue que A pudo mantener una conversación de dos horas con aquel sujeto; yo no hubiera podido. De hecho estuve a punto de bajarme en medio de la carretera cuando el señor decidió pararse en medio de la carretera para comprar unos plátanos.
Lo que yo pensaba en ese momento era que había perdido 3 meses de mi vida persiguiendo una oportunidad laboral que permitiría cambiar mi estilo de vida para siempre; había fracasado.
Y ahora, por si no era suficiente, el “ingeniero” nos pedía que esperáramos por tiempo indefinido. ¿Y si la supuesta “oportunidad de trabajo” se daba a mitad del semestre? Ya casi comenzaban las clases y no estaba dispuesto a dejar mis estudios para comenzar a trabajar.
En fin.
Como ya debes haber supuesto, nunca entre a trabajar a Pemex ni recuperamos los 5 mil pesos que mi abuelita con todo el esfuerzo del mundo depositó para el supuesto “enganche”; tanto A como su hermano y yo, fuimos víctimas de un engaño.
Y estoy completamente seguro de que no fuimos ni seremos los únicos a los que le sucederá esto. Espero nunca te suceda a ti.
De todos modos yo no estaba tan seguro de entrar a trabajar a un lugar sin estar preparado. La verdad es que hasta el día de hoy, me sigue importando muy poco la industria petrolera.
Ya tiene años que pasó esto y estoy agradecido de que haya sido de esa manera.
Supongo que las mejores anécdotas son las que en su momento te hacen sentir frustración y coraje, o que simplemente representaron un obstáculo en la vida. Para mí, fue toda una experiencia.
Aquí te dejo más contenido que podría interesarte:
«Quiero ser ingeniero civil, pero le tengo miedo a las matemáticas»
«Trabajando en el desierto como ingeniero civil (1 de 4)»