«Hoy trabajaré, pero no tanto… ni me pagan bien…»
«…ganar 8 mil pesos en un país desconocido…tentador…»
«No sé cuánto tiempo más seguiré trabajando para llenarle los bolsillos a este sujeto. No me siento bien aquí…»
Por ahí del 2014, trabajaba en una empresa donde el ambiente laboral era pésimo. Se me hacía difícil encontrar motivos para seguir laborando ahí —además de mis estudios universitarios y mi próxima titulación—.
Mi actitud tampoco era la mejor de todas, la verdad.
Había perdido la motivación por completo. Estaba harto, decepcionado y, de cierta forma, deprimido.
Por un lado, sentía que los cálculos que con tanto empeño realizábamos (mecánica de suelos), quedaban olvidados en una memoria técnica, arrumbada en algún lugar o comprimida en algún archivo .zip.
Y por el otro, el ambiente laboral se había tornado un tanto complicado en la oficina.
Muy en el fondo sabía que el momento de moverme había llegado.
Así que comencé a buscar salidas.
Mandé mi currículum a varias empresas. Contacté compañeros. Busqué opciones en internet.
Pero no ocurría nada.
Nadie respondía.
Y las únicas vacantes que estaban disponibles no eran de mi total gusto; yo quería estructuras o construcción, pero las pocas ofertas que aparecían eran para el área de ventas en la que se requería un perfil más comercial.
¿Qué iba a saber de ventas un chamaco de 21 años?
Así que la única opción que tenía por delante era esperar…
Un par de semanas después, recibí una oferta a través de la bolsa de trabajo de la universidad.
Corté mi cabello, me vestí formal; presenté la entrevista.

El puesto era prácticamente mío, dijo la licenciada. Solo era cuestión de esperar unos días, llevar unos documentos y listo.
Pero fue entonces cuando preguntó:
– ¿Tienes algún hobbie?
Y sí. Se me ocurrió abrir la boca, abogando por mi videoblog en YouTube (que en ese entonces era todo menos profesional), lo cual fue razón suficiente para contestarme “No puedes compartir información de las obras de la empresa por políticas de confidencialidad”.
Esa tarde regresé a casa (cabizbajo) con la tarea de elegir entre un trabajo que me permitiera seguir con TodoCivil o abandonar mi proyecto y hacer como si nunca hubiera pasado nada…
Aquí el video que nació de esa experiencia.
Me sentí muy triste, porque quería salirme de un trabajo que no me apasionaba, pero el hacerlo significaba abandonar TodoCivil.
En fin. Unas cuantas semanas más pasaron y, un domingo, vi en Facebook la publicación de una amiga que forma parte de AIESEC.
«Se buscan ingenieros civiles para vivir una experiencia internacional de trabajo en Perú.»
Mis ojos brillaron. Mi corazón comenzó a latir. La respuesta a todos mis problemas se encontraba frente a mis ojos.
Como podrás imaginar, querido lector, aquella noche me desvelé buscando los requisitos que solicitaban en las bases de la convocatoria.
Lunes por la mañana
Subí a la combi. Pagué mi pasaje. Me senté y vi el rostro de las personas que iban subiendo en el camino. Eran rostros desconocidos, totalmente. Y eso que se trataba de mis paisanos.
«¿Acaso en Perú la gente desconocida lucirá igual de desconocida que aquí?, ¿qué diferencias habrá?»
Lunes por la tarde-noche
Subí al coche, mi mamá lucía cansada.
«Si tan solo hoy fuera quincena, cuando menos podría invitarle un helado…»
– Oye la mamis, ¿recuerdas lo que te platiqué de AIESEC?
– Sí.
– Fíjate que vi la publicación de una amiga que está metida en eso, en la que convocan ingenieros civiles recién graduados para trabajar en edificios ecológicos en dos ciudades de Perú.
Su rostro pasó de un estado de tranquilidad a uno más de ingenuidad. Conozco a mi madre, sabía por donde iba el asunto…
– ¿Cuánto te van a pagar?
– Pagan en dólares, más o menos como 8 mil pesos mexicanos al mes.
– ¿Dónde vas a vivir?, ¿qué vas a comer?, ¿qué documentos te piden?, ¿qué va a pasar con tu especialidad?
En ese momento, supe que no tendría su aprobación.
Cuando comienza la lluvia de preguntas, generalmente, me quedo callado y cambio el tema. Pero esta era una oportunidad de oro, no podía echarme para atrás.
– Los mismos chavos de AIESEC me van a dar alojamiento las primeras semanas en lo que encuentro un lugar donde rentar. Investigué y la empresa se ve algo grande, así que no creo que me dejen solo por ahí como vagabundo, es un programa de intercambio. Lo de mis papeles no he checado pero me piden un mes para tramitar todo, y lo de mi especialidad es lo único que me deja pensando…
– No puedes dejar la especialidad, Jhonnathan, ya llevas casi la mitad. Piensa en el dinero que hemos invertido… además, todavía no eres ingeniero; te falta el título.
– Pero me van a pagar más que ahora. Necesitamos más dinero mamá. Además, me voy a poder ir de aquí. Desde que terminé la prepa me estoy yendo y mírame, sigo aquí. Ya no quiero estar aquí, necesito un cambio. Estoy harto. Me duele la cabeza. Ya me fastidia levantarme temprano porque sé que voy a ir a un lugar en el que no me gusta estar.
Comencé a llorar.
– Piensa con la cabeza fría, no con el corazón. Tienes que estar seguro de que con ese dinero vas a poder comer, pagar renta, transporte y además ahorrar un poco. ¿Consideraste lo que vas a pagar para ir a Perú?
– Son como 50 mil pesos… No me pueden prestar ese dinero ¿verdad?…
Bajamos del coche. Entramos a la casa. Me quedé callado y entré a mi cuarto. No quería ver a nadie, estaba enojado.
No quiero profundizar tanto en el tema de costos pero sí, vivir con 8 mil pesos mexicanos al mes, mientras pagas un lugar donde vivir, comida, transporte y además ahorrar, era una locura.
Pero era una locura que estaba dispuesto a hacer.
De haberme ido a Perú:
- no sé si hoy estuviera dirigiendo este blog;
- no sé si hubiera regresado pronto a México, cabizbajo y con la cola entre las patas, con una deuda considerable con mis papás;
- no sé tampoco si estar allá hubiera sido la excusa perfecta para comenzar mis viajes de mochilero –quizá estando fuera de casa agarraba algo de valor–.
¿Y sabes que? Nunca lo sabré porque nunca me fui.
Y no lo hice porque no tenía el dinero para hacer el viaje, y eso me llenaba de rabia…
Previo a cada decisión en mi vida me gusta consultar a mi madre, y de alguna manera busco su visto bueno en cada una de ellas.
Ella tiene la asombrosa habilidad de mantener los pies en la tierra ante cualquier situación. Y a pesar de que su respuesta usual ante todas mis propuestas era casi siempre positiva, esa vez no.
Y agradezco que haya sido de esa manera, pues ella tenía tanta razón.
En ese momento estaba frustrado. La emoción del momento me cegó y no me permitió ver lo que estaba a punto de conseguir. No puse las cosas en la balanza.
- Estaba a casi nada de titularme.
- Tenía un trabajo estable.
- Vivía con mi familia.
En este momento comprendo que era un riesgo. ¿Lo pude haber tomado?, sí. Pero iba a andar por la vida sin un título de ingeniero; un título por el que había trabajado por mucho tiempo.
No me fui a Perú y no me arrepiento. Pues meses después conseguí un trabajo en México como ingeniero de campo en una empresa de talla internacional, pero esa historia te la contaré en otra ocasión (en el libro que estoy escribiendo).
Hoy en día me siento mejor, ya después podré visitar Perú…
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